Le presento a la vitamina P, que ha

venido a cambiarle la vida

El científico húngaro Albert Szent-Gyorgyi recibió el premio Nobel en 1937 por su descubrimiento de las vitaminas C y P.

La primera de ellas la conoce todo el mundo. No obstante, aquí va un pequeño resumen de sus propiedades antes de pasar a hablarle de la segunda:

 

Un breve recordatorio sobre la vitamina C

La encontramos en frutas y verduras, principalmente en el kiwi, el aguacate, los cítricos y las bayas, y nos da fuerza para combatir los resfriados y las infecciones.
Asimismo, sirve para fabricar colágeno, una proteína elástica que conforma la piel, los huesos y los vasos sanguíneos.

Cuanto menos colágeno se posee, más se arruga la piel, más rígidos y quebradizos se vuelven los huesos (casi como un cristal) y más se endurecen las arterias.
Esa es la razón por la que es bueno tomar vitamina C a diario y en una dosis de al menos 500 mg al día.

Pero estas son cosas que ya sabe prácticamente todo el mundo (especialmente un lector preocupado por su salud como lo es usted).

Sin embargo, ¿qué sucede con la vitamina P?

Una vitamina desconocida que también le protege

Si prácticamente nadie conoce a la vitamina P no es por otra razón que porque ha cambiado de nombre. No obstante, es lo mismo que hoy conocemos como “flavonoides”.

Y sigue siendo tan importante como lo era en 1937, cuando fue descubierta, ¡o incluso más!

Los flavonoides son los pigmentos que dan colorido a las flores, plantas, frutas y verduras. Y hay más de 6.000 diferentes.

En las plantas, estos compuestos actúan como protectores frente a los rayos ultravioleta, las enfermedades e incluso los depredadores (insectos y animales herbívoros).

Pero cada flavonoide puede ejercer otra acción extra en el ser humano. De hecho, en nuestro cuerpo actúan como antioxidantes; es decir, que nos protegen contra moléculas agresivas (podría decirse que “carnívoras”) que atacan a nuestras células, provocando su oxidación.

Estas moléculas agresivas son los conocidos como “radicales libres”, que envejecen nuestras células e incluso en ocasiones las vuelven cancerosas.

Los radicales libres se cuentan por miles de millones tanto en el humo del tabaco como en otros focos de contaminación y en los alimentos tostados y quemados (los más nocivos son los cocinados a la parrilla).

Sin haber estado jamás en su historia expuesto de tal forma a los radicales libres, el hombre moderno necesita hoy, más que nunca, comer muchos flavonoides. O lo que es lo mismo: muchas frutas y verduras de colores.

Pero, por desgracia, lo que hace la mayoría es justamente lo contrario.

La alimentación de la vida moderna

El modo de vida actual nos ha llevado a entrar en un sistema de alimentación de efectos perversos.

Y es que por un lado comemos cada vez menos frutas y verduras frescas, que son reemplazadas en nuestros platos por comida basura industrial.

Y por el otro, incluso cuando comemos sano consumimos muy poca cantidad de esos alimentos saludables, por lo que el total de nutrientes que absorbemos es mucho menor de lo que debería.

Pero esto tiene una explicación:

Un empleado de oficina que cuenta con calefacción central tanto en su puesto de trabajo como en su propia casa come mucho menos que un trabajador manual que desarrolla su oficio en el exterior.

Y de cualquier modo los trabajos manuales de hoy en día suelen realizarse con la ayuda de máquinas, por lo que suponen un esfuerzo mucho menor que el de la misma clase de trabajadores de antaño (que manejaban el martillo, el hacha, la laya o la guadaña prácticamente a diario).

Esto significa que, en lo que a cantidad se refiere, nuestros abuelos consumían muchos más flavonoides que nosotros, dado que comían más.

Y por eso respecto a ellos nosotros partimos con una inmensa desventaja frente al cáncer.

De hecho, no debería sorprendernos que esta enfermedad afecte en la actualidad a una persona de cada tres frente a la persona de cada veinte que se registraba a comienzos del siglo XX (incluso en el año 1970 la prevalencia era de uno sobre diez).

Una solución a su medida

Nuestra gran ventaja respecto a nuestros antepasados es que hoy día conocemos el poder de la micronutrición.

Usted y yo podemos apoyarnos en los progresos que se han dado en el conocimiento de la química molecular, algo que por aquel entonces era simplemente impensable.

Y, de entre los 6.000 flavonoides que existen en la naturaleza, la ciencia ha identificado aquellos que son mucho más activos que los demás.

En lo alto de esa clasificación se sitúa la quercetina, que se encuentra en grandes cantidades en las alcaparras, el apio del monte (una planta similar a un apio gigante, también conocida como levístico) y la piel de la cebolla roja.

También está presente, aunque en menor cantidad, en las uvas, el vino tinto, los arándanos, las grosellas, las cerezas, el brécol, los cítricos y el té.

Si usted no hace por incluir estos alimentos en su dieta, lo más probable es que sus aportes diarios de quercetina sean bajos, del orden de entre 25 y 50 mg al día (cuando para beneficiarse de sus efectos positivos habría que tomar entre 500 y 1.000 mg al día).

Es por esa razón que es frecuente encontrar quercetina en forma de complemento alimenticio (y en ocasiones asociada a la vitamina C, ya que mejora su absorción).

 

Contra el cáncer de páncreas, las enfermedades cardíacas y las alergias

Un estudio de 2007 observó una reducción significativa en el riesgo de padecer cáncer de páncreas (el más mortífero de todos) gracias al efecto de la quercetina. Sin embargo, esta reducción concernía únicamente a personas fumadoras y con gran consumo de quercetina a través de la alimentación. Es decir, que en otros perfiles (personas no fumadoras, fumadores de edad avanzada…) no parecía tener ningún efecto.

Esos resultados daban a entender, por tanto, que la quercetina actúa contra las fuentes productoras de radicales libres.

Y posteriormente la ciencia ha ido confirmando muchas otras virtudes para la salud de esta sustancia:

  • Ayuda a combatir las alergias, en tanto que reduce la producción de histamina y de citoquinas inflamatorias.
  • Reduce el riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular (ACV) y enfermedades coronarias, dado que hace disminuir la presión arterial en las personas hipertensas. Del mismo modo, reduce el riesgo de desarrollar coágulos y arterioesclerosis.

Coma alcaparras y cultive apio del monte

Como alternativa a tomar un complemento alimenticio de quercetina, lo único que puedo recomendarle es… ¡que coma más alcaparras!

Están deliciosas en salsa tártara, con pescado, con carpaccio, en ensaladas variadas (por ejemplo, pruebe la siguiente: apionabo con anchoas, alcaparras, rúcula y parmesano, regada con un chorrito de aceite de oliva).

Y en cuanto al apio del monte, yo mismo tengo un pie plantado en mi jardín que cada año rebrota casi como por arte de magia.

No recuerdo haberlo plantado, y sin embargo sé que tiene varios años.

Lo que sí recuerdo es cómo me impresionó su olor la primera vez que arranqué una de sus hojas. La atmósfera que me rodeaba se embalsamó, al tiempo que mi mano se llenó de un potente y fresco olor. ¡Fue maravilloso!

Desde entonces siempre añado un poco de él en mis sopas, purés… Su aroma es delicioso. ¡Es que se me hace la boca agua sólo de pensarlo!

Así que, si tiene un pequeño hueco en su jardín o terraza (o incluso espacio para una maceta en el balcón), hágame caso y “adopte” un apio del monte.

Ahora es el momento de plantarlo, además.

Consiga una raíz y métala en la tierra, como si de un gladiolo se tratase, o siembre sus semillas.

En mi jardín hace nada que ha empezado a asomar, y sé que enseguida alcanzará hasta un metro de altura, ofreciéndome sus buenas hojas aromáticas hasta el mes de octubre.

Así es como luce el apio del monte en mi jardín estos días. Fotografía de la misma planta tomada el pasado verano.

Si abre cualquier manual de fitoterapia comprobará que se trata de una planta medicinal totalmente destacable por sus numerosas virtudes.

Es expectorante (libera y ayuda a la expulsión del moco bronquial), diurética (ayuda a evacuar el exceso de líquidos en el cuerpo), emenagoga (calma las hemorragias, los calambres y los dolores menstruales), carminativa (buena contra las flatulencias y la hinchazón) e incluso diaforética (es decir, que ayuda a transpirar, refrescando el cuerpo y ayudando a evacuar toxinas a través de la piel).

También es antibacteriana (especialmente contra la Salmonella y la Escherichia coli), antiinflamatoria (eficaz en caso de artritis, gota y hemorroides) y mejora la salud y el aspecto de la piel al favorecer la irrigación sanguínea en su superficie, por lo que también posee un efecto antiarrugas y limita los síntomas de la psoriasis y el acné.

En definitiva, que el apio del monte es una de las plantas medicinales indispensables con las que hay que contar en casa.

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