EL INTELECTO, LA EMOCIÒN Y EL SEXO

Poco a poco, la sexualidad se ha ido confinando a los genitales; se ha convertido en algo localizado, dejando de ser total. La genitalidad localizada es horrible, porque lo máximo que puede proporcionarte es un alivio; nunca podrá darte un orgasmo. Eyacular no es tener un orgasmo, las eyaculaciones no son orgásmicas, y los orgasmos no son una experiencia cumbre. La eyaculación es genital, el orgasmo es sexual y una experiencia cumbre es espiritual.

Cuando se confina la sexualidad a los genitales sólo puedes obtener alivio; sólo pierdes energía, pero no ganas nada. Es algo estúpido. Es como el alivio que proporciona un buen estornudo, pero nada más. Carece de orgasmo porque no palpita todo el cuerpo. No estás en una danza, no participas con tu todo, no es sagrado. Es muy parcial, y lo parcial nunca puede ser orgásmico porque el orgasmo sólo es posible cuando está implicado todo el organismo.

Cuando palpitas del dedo meñique del pie a las puntas de los pelos de la cabeza, cuando palpitan todas las fibras de tu ser –cuando bailan todas las células de tu cuerpo, cuando en tu interior hay una gran orquesta, y cuando todo baila-, entonces hay orgasmo. Pero todo orgasmo no es una experiencia cumbre. Cuando palpitas interiormente de manera total, eso sí es un orgasmo. Cuando tu totalidad participa con la totalidad de la existencia, entonces se trata de una experiencia cumbre. Y la gente se ha decidido por la eyaculación, han olvidado el orgasmo y se han olvidado por completo de la experiencia cumbre. No saben qué es. 

Y como no pueden alcanzar lo más elevado, se confinan a lo inferior. Cuando se puede alcanzar lo más elevado, cuando puedes lograr lo mejor, lo inferior empieza a desaparecer por sí mismo, de manera natural. Si me entiendes… el sexo se transforma, pero no la sexualidad. 

Te harás más sexual. ¿Dónde va a parar el sexo? Se convierte en tu sexualidad. Te convertirás en más sensual. Vivirás con más intensidad, con más ardor; vivirás como una gran ola. Las olitas desaparecerán. Te convertirás en una tormenta, en un enorme viento que sacudirá los árboles y las montañas. Será como una marea, como una inundación. Tu vela arderá por ambos extremos a la vez, de manera simultánea.

Y en ese momento –aunque sólo puedas vivirlo durante un momento, será más que suficiente- probarás la eternidad.

La división ha persistido en las mentes de filósofos, pedagogos, políticos y pundits desde los tiempos de Platón hasta Freud. Esa división se ha convertido ahora en algo casi real. No piensas en tus genitales como si fueses tú, ¿verdad que no? Empiezas a pensar como si se tratase de algo que te pertenece, pero de lo que estás separado. Hay gente que incluso le pone nombre a sus genitales. Entonces la separación ya es completa. Los utilizan como instrumentos. Uno no es los genitales, sino que los usa; la división es entonces completa e irremediable.

Siempre piensas en ti mismo como si fueses la cabeza, considerando el resto del cuerpo como algo separado. ¿Alguna vez has pensado en ti mismo siendo los pies, las manos, la espalda, o la sangre que circula por tu interior? No. Tu identidad permanece en la cabeza; la cabeza es el rey.

La teología ha evolucionado partiendo de esta división, recuérdalo. Primero es la cabeza, luego el corazón y en tercer lugar están los genitales. Dios sólo tiene la primera; lo segundo y tercero no existen. Dios no tiene emociones ni sexualidad. Esa es la definición de Dios de casi todas las religiones, excepto en el zen.

También está el santo. El santo cuenta con lo primero y lo segundo, pero no con lo tercero. Tiene razón, intelecto, intelectualidad, emociones y corazón, pero no sexualidad.

A continuación viene el ser humano normal y corriente. Tiene las tres cosas, primera, segunda y tercera.

Luego está el pecador. Carece de la primera –de inteligencia, intelecto, razón o cabeza-, y sólo cuenta con la segunda y tercera: emociones y sexualidad.

Y en último lugar está el diablo, que sólo tiene la tercera. Las dos primeras están ausentes: no hay razón ni emoción, sólo sexualidad. Por ello, en Oriente, y sobre todo en la India, el nombre del diablo es Kama Deva, el dios del sexo. Totalmente acertado.

Así que ésta es la división teológica: Dios, sólo cabeza; demonio, sólo sexo. El pecador se acerca más al demonio y tiende a ir al infierno; el santo está más cerca de Dios y se halla destinado al cielo. Y entre ambos está el pobre hombre, que cuenta con las tres cosas, y que claro está, sufre más conflictos que los otros tres. Cuando tienes las tres cosas, también tienes más conflictos.

Pero ese no es un concepto zen. Es cristiano, musulmán, hinduista, pero no zen. El zen cuenta con una comprensión radical de la vida, una comprensión fresca. El zen dice que Dios es el todo, por lo que Dios tiene las tres cosas, pero carece de conflicto. Las tres mantienen una profunda armonía entre sí, bailando juntas. No se pelean, sino que se abrazan. Y eso es trascendencia. Como no hay conflicto, hay trascendencia. En Dios el sexo se torna sensualidad. Dios es sensual. El sexo cobra vida, se convierte en divertido, alegre, en un juego. Las emociones se tornan sensibilidad, compasión y amor. Y la razón se convierte en comprensión, consciencia y meditación.

Se trata de una perspectiva del todo distinta. No se niega ni excluye nada. El zen lo abarca todo. Nunca dice no a nada; lo acepta todo y lo transforma en una realidad más elevada Es muy sinérgico. El zen es una plenitud sinérgica. Todas las energías deben reunirse y convertirse en una. Nada debe negarse, porque si niegas algo serás ese algo menos rico.

Piensa en un dios –en el dios cristiano- que no tiene sexo, ni emociones. ¿Qué clase de dios puede ser? Al tener sólo intelecto sería un poco rígido. ¡Para eso podrías venerar a un ordenador! Un ordenador, eso es lo que es el dios cristiano; sólo la cabeza. Un ordenador es una cabeza magnificada, y tarde o temprano haremos ordenadores mayores y mejores. Un día acabaremos construyendo el ordenador perfecto. Será exactamente lo que se ha propuesto que sea ese dios, sólo la cabeza. El ordenador carece de sensualidad, de sexualidad y de emociones. El ordenador no llorará si alguien muere, el ordenador tampoco reirá, ni lo celebrará si alguien nace, y el ordenador no se enamorará. ¡El ordenador no es tan tonto! 

Un ordenador es sólo cabeza, pura cabeza. Imagínatelo… Te han sacado la cabeza fuera del cuerpo, fuera de tu totalidad, que ahora palpita en un sitio mecánico, alimentado por máquinas. Y lo único que tienes que hacer es pensar, y pensar y nada más que pensar. Eso es lo que ha estado haciendo Dios.

Pero no según el zen. El universo, la totalidad, es tan rica que lo incluye todo. La diferencia entre Dios y el ser humano no es que Dios tenga una cosa y el ser humano tres; la diferencia es que el ser humano tiene tres que se pelean y Dios tiene tres en armonía. Esa es la única diferencia. Que no sabes cómo armonizarlas. El día que lo sepas serás un dios. Cuentas con todo lo que básicamente se requiere para ser un dios. Es casi como dicen los sufíes: tienes la harina, el agua, la sal y el aceite, y el fuego está encendido y estás ahí sentado, hambriento, y sin saber cómo hacer pan. El hambre no desaparecerá a menos que hagas pan. El hambre no desaparecerá a menos que hagas pan. ¿Qué es el pan? Está hecho a base de agua, harina, aceite, sal y también cuenta con el elemento fuego. Así puedes digerirlo.

Lo mismo te ocurre a ti. Cuentas con todo lo que necesitas para ser un dios y tienes hambre. Dispones de todo lo necesario, no te falta nada, pero no sabes cómo convertirlo en una plenitud sinérgica.

Para el zen, espiritualidad significa totalidad; para el zen, sagrado significa totalidad. Incluye y transforma todo; todo debe ser incluido y trascendido. Cuando se incluye todo surge un equilibrio. Y eso significa exactamente que las cosas son iguales. El sexo no es la sirvienta, ni el corazón la reina, ni la razón o la cabeza el rey. Todos son iguales. 

Permite que te lo repita. A menos que pienses en términos de igualdad, nunca alcanzarás el equilibrio. Todas las partes son iguales. Ninguna de ellas es el amo y señor, ni la criada.

Esa es la revolución zen: todas las partes son amos y señores y criadas. Hay momentos en que el sexo se sienta en el trono, y hay otros en los que las emociones ocupan ese lugar, y aun otros en los que la razón está entronizada, pero ninguno de ellos lo está de manera permanente, sino que tiene lugar una rotación. Eres una rueda en rotación, y esas tres partes son los radios. A veces uno de los radios aparece arriba y otras veces abajo, pero los tres sostienen la rueda. Ese debe ser el significado de la trinidad cristiana, y el de la trimurti hinduista, los tres rostros de Dios; un Dios detrás de todo, con tres rostros. Ninguno es el rey, ni la reina, ni la sirvienta; todos son señores y sirvientes. Eso significa que nadie es amo y nadie sirviente, sino que son juntos; se sostienen entre sí, viven entre sí, y entre ellos existe una gran amistad.

Entabla amistad con tus tres elementos. No te identifiques sólo con uno, o empezarás a quererlo instaurar en el trono para siempre. Entabla amistad con los tres, respeta a los tres y recuerda que eres los tres, y que no obstante estás en el centro de todos ellos.

Imagina un triángulo: uno de los ángulos es la sexualidad, otro es la emocionalidad, y el restante es la intelectualidad. Y en el interior del triángulo está el centro de consciencia: tú. Cuando los tres conducen a ti, a tu consciencia, a tu atención, eso es la meditación. A través de esa armonía, de esa plenitud, llegas a casa.

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