LA AGRESIVIDAD DE LA MENTE

Desde que la mente nace, siempre se está salvaguardando. Nuestro entrenamiento, nuestra educación, nuestra cultura humana es así. Nuestra mente descansa en la agresión, la competencia, el conflicto. Aún no hemos madurado lo suficiente para aprender el secreto de la cooperación, para saber que el mundo existe no en conflicto; que el prójimo no es un competidor, sino la existencia complementaria que me enriquece; que sin él yo valdría menos. Incluso cuando un individuo muere en el mundo, valgo yo, un poco menos, porque ya no existen sus valores. En algún lugar algo quedó vacío. Nosotros existimos pues, en convivencia, no en oposición. Y es que a causa del entrenamiento de la mente el inconsciente colectivo está pensando siempre en términos de lucha. Si hay alguien, pienso ahí está un enemigo: el enemigo, presunción básica. Puedes desarrollar una amistad, pero debe desarrollarse. La amistad puede alternar con la enemistad, porque la base es conflictiva: no puedes relajarte nunca.

Por eso, muchas veces no confías en tus amistades, porque en la base hay enemistad. Y te quedas con la amistad fingida. Has agregado algo superficial; y así, incluso con el amigo no te portas con naturalidad. Ni siquiera con el ser amado eres natural. Siempre que hay alguien estás tenso, y aunque la tensión es menor si has creado la fachada de la amistad, existe.

Es explicable esta actitud: corresponde al proceso evolutivo. El hombre ha salido de la jungla, su desarrollo ha pasado por muchas etapas animales. Fisiológicamente también, y el cuerpo lo sabe, porque el cuerpo no es tuyo. Cuando digo mi cuerpo, me estoy adjudicando algo que no puedo adjudicarme. Me ha llegado a través de siglos de desarrollo. La célula básica es heredada, y en ella yo heredo todo lo que me ha precedido: vida animal, vegetal, todo esto ha contribuido a mi célula básica. En esa célula se ha acumulado la entera experiencia de conflictos, luchas, violencias, agresiones. Toda célula encierra el pasado evolutivo. Fisiológica y mentalmente tu mente no se ha formado en esta vida; la recibiste tras larga jornada, tal vez más larga aún que tu mismo cuerpo, que desarrollado en esta Tierra, no puede tener más de cuarenta millones de años: no puede ser más viejo que la Tierra.

Pero la primera mente procede de otro planeta. Y ha vivido más hondas experiencias evolutivas, esas experiencias que te hacen violento y agresivo. Uno tiene que estar alerta de este fenómeno, pues a menos de que lo estés; no puedes liberarte de tu propio pasado. Y el problema es que hay que liberarse de él, tan grande ¡tan incomprensiblemente grande!

Todo lo que ha vivido, está viviendo todavía en ti. Todo lo que ha sido es aún semilla en ti, potencialidad. Arrancas del pasado, eres el pasado; y la mente orientada por lo que ha sido, sigue creando agresión, sigue pensando en términos de agresión.

Así, cuando la religión dice: "sé receptivo", el consejo queda sin oír: la mente ha conocido solamente una cosa para la que es receptiva; la muerte, y sobre la cual nada ha podido hacer, en nada ha podido actuar. Así cuando alguien dice: "sé receptivo", en algún lugar entre las sombras, sientes a la muerte. Si te digo "sé receptivo", la mente dirá: "Entonces morirás; sé agresivo si quieres sobrevivir; el más apto el más agresivo sobrevive".

He ahí por qué la receptividad no es entendida, ni siquiera oída. Se ha explicado de tantos modos. Algunos dicen: "entrégate", que significa: "sé receptivo"; no seas agresivo, o "ten fe", o no seas agresivo con tu lógica. Acepta la Existencia tal como es; deja que entre. La mente no puede amar porque amor corresponde a ser receptivo hacia alguien. Incluso en el amor somos agresivos. Si observas, verás que el amor no es más que un tipo de violencia, violencia mutua en la que dos están de acuerdo. Y el que sabe esto, sabe algo. Si tú ahondas cualquier manifestación conocida como amor, encuentras raíces animales. El beso puede convertirse en mordida, simple forma de la mente. Algunas veces los amantes se dicen: "quiero comerte", como una expresión muy amorosa. Y realmente tratan de hacerla. Algunas veces esto se intensifica, entonces el sexo no es sino una pelea. Así, dos amantes siempre alternarán amor y lucha. En la tarde pelean, en la noche se aman; en la mañana pelean, en la tarde se aman y en la noche vuelven a pelear. El círculo sigue: peleando y amándose. Si preguntas a D.H. Lawrence te responderá: "Si no puedes pelear con tu amante, no puedes amar". La pelea hace al amor intenso; crea una situación.

La mente humana tal como es procedente del pasado, no puede amar porque no puede ser receptiva, sólo agresiva. Así que tú no eres amoroso, sino que siempre pides amor. E incluso si actúas amorosamente es sólo para forzar la demanda. Hay una lógica artera: siempre estás pidiendo amor; y si lo das es sólo para obligar al otro: la mente humana no puede amar.

Si preguntas por quienes saben, quienes realmente han conocido el amor, a Buda, te dirán: "Hasta que la mente no muera, el amor no puede nacer". Y únicamente en el amor podrás sentir tal gracia, pues sólo en el amor te abres. No puedes amar a un individuo en particular porque es imposible estar abierto a uno y cerrado a todos: no es en modo alguno posible.

Si te digo "te amo", es como decir que cuando estás junto a mí respiro, de otra manera no respiraré. Si este fuera el caso, cuando volvieras me encontrarías muerto. Pero respirar no es algo que puedas hacer o dejar de hacer; tampoco el amor. Pero lo que conocemos como amor es así. He ahí por qué tarde o temprano encontrará el amante que el amor del amado ha muerto y ambos lo sabrán. Ambos reconocerán que ya el amor no existe. Cuanto más se conozcan uno a otro, más triste es la situación; cuanto más se tratan, menor es la esperanza y mayor la desilusión: saben que el amor muere. Le han hecho tan angosto el pasaje que no puede sobrevivir.

Uno tiene que ser amante, no un amante; tiene que amar; amor que ha de ser una manifestación intensa natural, no un atributo, un agregado, una cualidad. Ha de ser como un florecimiento interior, no como un perfume externo. Puede existir esta manifestación del amor. Pero uno tiene que estar alerta a su entero pasado y en el momento en que eres consciente de él lo has trascendido. Estás más allá, porque lo que está alerta no es la mente. Es la conciencia que no tiene pasado; es eterna, está siempre en el presente; es siempre nueva, está siempre aquí y ahora. Esa conciencia la conoces cuando estás alerta, cuando no te has identificado con tu mente. Hay una brecha entre tú y la mente. Conoces que esto es la mente: la agresividad, el odio, el infierno. . .

La mente perdura, y seguirá perdurando hasta que estés alerta. Y esto es el milagro: tan pronto como te haces consciente, la continuidad no existe: tú eres, pero ya sin el pasado; eres en el momento, espontáneo, joven, nuevo. Entonces a cada momento mueres y resucitas.

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