LOS MOMENTOS DE CONSCIENCIA

Si, en el principio fue el Verbo, la palabra. La frase bíblica tiene toda la razón. Todo empieza con una palabra. El mundo empieza con la palabra; cuando dejas caer esa palabra desaparece el mundo. Entonces eres en Dios. El hijo pródigo ha regresado, ha despertado.

Así que no fuerces el silencio en ti. Por eso insisto en no forzar, sino en más bien danzar, cantar. Permite que tu actividad sea satisfecha. Permite que tu mente vaya de aquí para allá, que se canse por sí misma. Salta y respira, y baila, y corre, y nada, y cuando sientas que tu cuerpo-mente está cansado, entonces siéntate en silencio y observa.

Poco a poco te irás llenando de momentos de serenidad. Llegarán como gotas, SON LOS MOMENTOS DE CONSCIENCIA, estos momentos atómicos de consciencia, empezarán a fluir en ti. Llegan como intervalos. Una palabra ha desaparecido, pero la siguiente todavía no ha surgido. Pues justo entre las dos se abre de repente una ventana, un intervalo, un portillo. Y puedes ver la realidad con mucha claridad, luminosamente. Puedes volver a ver con esos ojos de la infancia que habrías olvidado por completo. El mundo vuelve a ser psicodélico, lleno de color, muy vivo, y lleno de maravillas.

Por eso dice Hung-chin: “Este puro reflejo está lleno de maravilla…, infinita es la maravilla que permea esta serenidad…”.

Maravillarse es el sabor de esa serenidad. La mente moderna ha perdido la capacidad de maravillarse. Ha perdido toda capacidad de indagar en lo misterioso, en lo milagroso… a causa del conocimiento, y cree saber. En el momento en que piensas que sabes, la maravilla deja de manifestarse. En el momento en que empiezas de nuevo a ser menos conocedor, la maravilla regresa y empieza a permearte. Obsérvalo.

Si crees que conoces este árbol, entonces ya no puedes maravillarte ante él. Por eso tu propia esposa, y su belleza, no te llena los ojos de maravillas. Crees que la conoces. Seguro que ahora crees que la conoces, ahora piensas que estás familiarizado con ella.. y no es así, porque cada persona es un misterio tan único que no hay manera de conocerla. No puedes conocer a una mujer por ser su marido, y no puedes conocer a un hombre convirtiéndote en su esposa.

Puede que halláis vivido treinta años juntos, pero no os conocéis. Seguís siendo extraños. Como todos somos misteriosos no hay manera de familiarizarse, y cada momento es impredecible.

A veces te das con ello. Has vivido durante diez años con una mujer, y de repente, un día, está enfadada. ¡Nunca se te había pasado por la cabeza que pudiera enfadarse tanto! La has estado observando durante diez años y siempre había sido tan tierna, tan dulce, tan compasiva, y de repente un día, se enfada tanto que podría llegar a matarte. ¡Impredecible! Y tú te habías empezado a acomodar y a dar su presencia por sentada, y creías conocerla. Nadie conoce a nadie. Ni ella te conoce a ti ni tú a ella.

Si, puede que hayas dado a luz a un hijo. Ese hijo ha permanecido nueve meses en tu vientre, pero no le conoces. Cuando el hijo llega es tan impredecible como el hijo de cualquiera. Ni por un instante se te ocurra pensar que conoces a nadie. Todos somos extraños.

Así es toda esta existencia. Estos árboles que os rodean en el patio… Los ves cada día y poco a poco has dejado de verlos porque crees que ahora los conoces. ¿Para qué seguir mirándolos? Por favor, escúchame, vuelve a mirarlos y te sorprenderás. Nunca se llega a conocer nada. El conocimiento no tiene lugar. El conocimiento sólo es pura ignorancia. La vida es misteriosa. Sí, podemos disfrutar de ella, podemos danzar con ella, podemos cantar con ella, podemos celebrar… sí todo eso es posible. Pero no podemos conocerla.

Todos los grandes maestros del mundo han dicho que ese conocimiento no es posible. No pertenece a la naturaleza de las cosas. Y sea lo que sea lo que creas que conoces, sólo es algo parcial… simulado. Y a causa de toda esa simulación todo acaba pesándote tanto que dejas de maravillarte. Un niño se maravilla porque no sabe. Una vez que uno empieza a familiarizarse –lee geografía o historia y todo tipo de tonterías-, entonces cree que sabe. Entonces la flor no vuelve a oler nunca más de la forma en que solía. Y entonces dejará de coleccionar conchas a orillas del mar. Habrá crecido.

De hecho, en realidad lo que habrá sucedido es que habrá dejado de crecer. Habrá muerto. El día que creas que sabes, habrá tenido lugar tu muerte, porque ahora no habrá más maravillas, ni alegría o sorpresa. Ahora vivirás una vida muerta. Podrás entrar en tu tumba, no perderás nada con ello. Como ya nada te volverá a sorprender, ¿qué sentido tiene seguir viviendo? Suicídate. De hecho, eso es lo que en realidad has estado haciendo. Nos suicidamos. El día que creas que sabes, te habrás suicidado.

Con este mo chao, con este reflejo sereno, volverás a ser un niño; volverás a tener esos hermosos ojos de la infancia: inocentes, ignorantes, y no obstante, penetrantes.

Así que recuérdalo, la serenidad, o el silencio, no es apaciguamiento; no es quietud. Implica la trascendencia de todas las palabras o pensamientos, denota un estado de más allá, de penetrante paz. No es una “mente serena”, es la serenidad en sí misma. No es algo disciplinado que provenga de tu propio esfuerzo. No es nada que haya que practicar, sino que hay que entender, amar. Debes jugar con ello en lugar de resolverlo. Es la ausencia de intelección.

Sí, de eso es de lo que trata la meditación, de la ausencia de actividad mental. La mente deja de pensar; la mente está silente. No hay rastro de actividad mental, es pura conciencia en la tranquilidad de la ausencia de todo. Los japoneses tienen una hermosa palabra para ello: lo llaman kokoro. Significa nada absoluta, una ausencia tremenda, vaciedad, pero no negativa. La ausencia de todo parece significar algo que es negado. Pero no. Todo lo que es basura es negado, es cierto, obviamente, pero una vez que niegas todo lo que es basura, se afirma tu naturaleza más íntima. Es muy positivo.

Cuando las ondas desaparecen de la superficie del lago podrías muy bien decir que ahora no existe nada en su superficie. Flora en él, reside en él la nada absoluta. Pero no es un estado negativo. De hecho, ahora el lago se está afirmando a través de su silencio total. Su naturaleza se torna visible en la superficie; las olas y ondas la ocultaban. Ahora está ahí, presente. Sin hacer ruido, muy silenciosa. No declara: “Aquí estoy yo”, porque no hay ningún “yo”.
“Yo” no es más que todo tu ruido junto. Y cuando el ruido desaparece, cuando desaparece la mente, cuando ya no hay más intelección, de repente eres por primera vez… y no obstante, no eres. No eres a la antigua manera; has muerto y renacido. Ésta es la segunda infancia.

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