EL SER HUMANO, UN SER EXTRAÑO

Jesús dice:

Los zorros tienen madrigueras, y las aves del cielo, nidos; mas el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza.

El hombre es un extraño. Por eso creamos la ficción de que estamos en casa, que no somos extraños. El hogar es una ficción: creamos una unión con la gente; creamos comunidades, naciones, familias, de modo de no estar solos, para poder sentir que los demás están cerca, alguien que nos es familiar, alguien que conocemos, tu madre, tu padre, tu hermano, tu hermana, tu esposa, tu marido, tus hijos: alguien que es conocido, familiar.

Pero... ¿has pensado alguna vez en ello? ¿Conoces realmente a tu esposa? ¿Existe realmente una forma de conocer a la esposa, al marido o al hijo? Un niño nace de ti. ¿ Le conoces, sabes quién es?

Pero nunca preguntas cosas tan inquietantes. De inmediato le pones un nombre, para saber quién es. Sin un nombre creará problemas; sin nombre, el niño se moverá por la casa y cuando te lo encuentres, lo desconocido te estará mirando.

Para olvidar que ha llegado un extraño, le etiquetas; le adscribes un nombre. Después, empiezas a controlar su carácter, qué es lo que debe hacer, qué es lo que no debe hacer, de modo que sepas, de modo que puedas predecir sus actos. Esa es una forma de crear falsa familiaridad. El niño sigue siendo un desconocido; todo lo que hagas estará en la superficie: en el fondo, él es un extraño.

Hay momentos, algunos momentos excepcionales, en los que de pronto tomas consciencia de esto. Sentado al lado de tu amada, de pronto tomas consciencia de que estás muy lejos. Miras el rostro de tu amor y súbitamente no puedes reconocer quién es él o ella. Pero de inmediato te olvidas de esos momentos; comienzas a hablar, dices algo, empiezas a planear, empiezas a pensar.

Es por ese motivo que la gente no se sienta en silencio: porque el silencio crea una inquietud. En silencio, la ficción de la familiaridad se rompe.

Si un visitante llega a tu casa y tú no dices nada, simplemente te sientas en silencio, se pondrá furioso, se enfadará mucho. Si te quedas sentado, sólo mirándole, no le gustará nada. Dirá: "¿Qué estás haciendo? ¿Te pasa algo? ¡Di algo! ¿Te has quedado mudo? ¿Por qué te quedas callado? ¡Habla!".

Hablar es una manera de rehuir, de rehuir el hecho de que somos desconocidos el uno para el otro. Cuando alguien empieza a hablar, todo está bien. Es por eso que te sientes un poco incómodo con los extranjeros, porque no pueden hablar la misma lengua.

Si tienes que estar con un extranjero en la misma habitación y no puedes entenderte con él, te va a resultar muy difícil. El te recordará continuamente que "Somos extraños". Y cuando tienes la sensación de que alguien es un extraño, de inmediato sientes peligro. ¿Quién sabe lo que hará? ¿Quién sabe si de repente va a saltarte encima en medio de la noche y te va a cortar el cuello? ¡Es un extraño!

Es por ese motivo que los extranjeros siempre resultan sospechosos. En realidad, no hay nada de qué sospechar, todo el mundo es extranjero en todas partes. Hasta en tu propia tierra eres un extranjero; sin embargo, allí la ilusión está establecida: hablas la misma lengua, crees en la misma religión, vas a la misma iglesia, crees en el mismo partido, crees en la misma bandera, familiaridad. Por lo tanto, crees que se conocen unos a otros. Estos son sólo trucos.

Jesús dice: "El Hijo del hombre no tiene hogar".

Jesús usa dos palabras una y otra vez para referirse a sí mismo: algunas veces usa "el hijo de Dios" y otras, "el hijo del hombre". Usa "el hijo de Dios" más raramente; "el hijo del hombre", con más frecuencia. Esto ha constituido un problema para la teología Cristiana. Si él es el hijo de Dios, ¿por qué dice "el hijo del hombre"?

Aquellos que están en contra de Cristo, dicen: "Si es el hijo del hombre, ¿por qué insiste en que también es el hijo de Dios? No puedes ser ambos. Si eres el hijo del hombre, todo el mundo es hijo del hombre. Pero si eres el hijo de Dios, ¿por qué usar la otra expresión?".

Pero Jesús insiste en ambas, porque es ambos. Y yo te digo, todo el mundo es ambos. Por un lado, hijo del hombre; por otro lado, hijo de Dios. Naces del hombre, pero no naces sólo para ser hombre. Naces del hombre, pero naces para ser un dios.

La humanidad es tu forma; la divinidad es tu ser. La humanidad son tus ropas; la divinidad es tu alma. Jesús usa ambas expresiones. Siempre que dice: "hijo del hombre", quiere decir "Estoy unido a ti. Soy igual que tú y más. Soy tal como tú y más". Para indicar ese más, a veces dice "el hijo de Dios". Pero raramente lo usa, rara vez, porque muy poca gente podrá entenderlo.

Cuando dice "el hijo del hombre", no está diciendo algo sólo acerca de sí mismo. Observa esta frase: está diciendo algo acerca de todos los hombres, que el hombre esencial no tiene hogar. Si crees que tienes raíces, si crees que tienes un hogar, estás por debajo de lo humano, puede que pertenezcas a los animales. 

Los zorros tienen madrigueras, los pájaros tienen nidos... mas el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza.

Si crees que tienes raíces, y que este mundo es tu hogar, debes estar viviendo por debajo de lo humano, porque cualquiera que es realmente humano inmediatamente se da cuenta de que ésta no puede ser la vida. Puede ser una transición, un viaje, pero ésta no puede ser la meta. Y la búsqueda comienza cuando sientes que no tienes un hogar en este mundo.

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